Relatos
Pon una tabla de Padel en tu vida
Después de dos meses de confinamiento, Laura tenía claro que no se iba a quedar en casa ni un día más, necesitaba encontrar un deporte que la hiciera salir. Cuando vives en Ibiza, no hace falta irse de vacaciones muy lejos, porque ya estás en el Paraíso.
El día que finalmente salió de casa se fue directa a la tienda de deportes, lo había estado rumiando y ya sabía lo que quería, una tabla hinchable de Padel Surf. Se compró la más barata y, al día siguiente, temprano en la mañana, se fue a Talamanca, por ser la playa que más cerca tenía de casa.
Hinchar el trasto fue más fácil de lo que pensaba, lo difícil era sostenerse en el agua. Laura se levantaba, remaba dos metros y se volvía a caer. Al ser Talamanca una playa poco profunda y ella una surfera inexperta, se dio más de un trompazo en el culo, ya que tenía miedo de irse lejos de la orilla y, cuando caía, lo hacía a poca profundidad chocando con la arena del fondo. Pronto hizo un mapa mental de toda la playa, sabía que la roca central había que respetarla, porque caer sobre ella podía significar acabar en urgencias. Nunca se cayó pasando por encima de la roca, como si algún pacto marino la protegiera, o quizás porque era el momento en el que más agudizaba los sentidos. Si soplaba viento, directamente se sentaba y la pasaba sin dificultades. Y mientras, el socorrista la miraba con obstinación.
No tardó en percatarse de que no era la única sobre una tabla de Padel. Un chico surcaba las profundidades a medio kilómetro de distancia. No había apenas nadie en la playa, así que llamaba la atención. A Laura le picó la curiosidad y quiso acercarse hasta él. Al poco de avanzar, cayó al agua, así que esta vez se sentó para poder remar más rápido y con soltura. Al llegar frente al chico, se dio cuenta de que no había pensado qué decirle. Pero no hizo falta, fue él quien habló primero.
―Oye, llevas la tabla desinflada.
Laura se sintió avergonzada. Sí que había notado que la tabla se le hundía un poco por el medio, pero pensaba que era debido a la mala calidad. El chico le propuso acercarse a la orilla y ayudarla a inflarla correctamente. Laura accedió con una enorme sonrisa.
―Muy bien, pero recuerda que hay que mantener el metro de distancia.―dijo queriendo parecer simpática.
―¿Tienes tu propio hinchador?―preguntó él.
―Sí.
―Entonces, no habrá problema.
A veces las conversaciones más tontas son las que inician el más bello romance. Y así sucedió entre ellos. Apenas unos saludos y cuatro palabras inesperadas darían comienzo a su idilio. Una vez en tierra, ya sabían mucho el uno del otro, pues Pedro era un chico muy hablador y no había parado de hacerlo en todo el trayecto.
Caminaron hasta el coche de Laura a coger el hinchador y, sin acercarse entre ellos, desde la distancia, Pedro le fue explicando a Laura cómo acabar de hinchar la tabla.
―La dejaste a medio gas, tienes que seguir hinchándola hasta llegar al quince en el relojito.
Por fin, Laura se daba cuenta de qué era lo que hacía mal. No sabía que la tabla necesitaba más aire, ella se había limitado a llenarla hasta que la vio suficientemente dura. Pero había que llegar a un tope establecido. Empezó a hincharla y llegó un momento en que el hinchador se le resistía. Pero Laura no quería quedar como una floja, así que siguió bajando la manivela con gran esfuerzo hasta llegar al ansiado número quince. Para entonces estaba sudada.
―Lo mejor es volver al agua, ¿no?―propuso Pedro.
Esa mañana estuvieron navegando juntos. Laura se sentía mucho más cómoda ahora que la tabla estaba firme, notaba la diferencia, pero le temblaban las piernas por tener a Pedro a su lado, a dos metros, sobre otra tabla. A veces, alzaba la mirada y, si se encontraba los ojos de Pedro, se tambaleaba y caía al agua sin remedio.
A mediodía, estaban exhaustos. Laura no quiso perderle de vista y le ofreció un refresco en el Bar Flotante, a lo que Pedro accedió encantado.
―Lo he pasado muy bien.― comentó Laura dándole vueltas a su zumo de naranja.
Pedro y ella estaban sentados el uno frente al otro, el metro de distancia se había acortado un poco entre los dos. Pero qué importaba. Había algo más potente que el coronavirus entre ambos, una chispa difícil de apagar.
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