Relatos

Viaje en caravana

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Manolo, ¿has limpiado la fosa?

―Sí, Carmen, la dejé limpia el verano pasado.

―¿Tanto hace que no cogemos la caravana?

―Te empeñaste en ir a casa de tu madre estas Navidades, ¿no te acuerdas?

―No, pero ya veo que tú sí…

Manolo puso los ojos en blanco y cerró el maletero de la caravana. Se subió al vehículo. En la parte del copiloto, su mujer, Carmen, evitaba mirarle y fingía estar distraída mirando por la ventanilla.

Manolo arrancó en silencio. Se dirigían al medio de la nada. Ambos habían pactado que se irían lo más lejos posible de la civilización, estaban hartos de estar encerrados en casa, hartos del coronavirus y hartos de ellos mismos. De hecho, Carmen estaba planteándose el divorcio, el confinamiento había sido la gota que colmó el vaso. Seguía en silencio, apoyando el codo en la ventanilla y la cabeza en la mano, cuando una lágrima corrió por su mejilla.

Manolo volvía a respirar a pleno pulmón después de haber estado encerrado en casa sin poder salir más que al diminuto balcón de su pisito urbano. Ansiaba respirar el aire de los pinares, ver el atardecer desde la montaña, recorrer los senderos de su infancia. Se dirigían a un lugar que pocos expertos senderistas conocían, “el fin del mundo” lo llamaba él. No querían encontrarse a nadie, temían el contagio que asolaba el mundo con su amenazadora promesa de muerte.

Permanecieron callados durante todo el trayecto y, al llegar, ya estaba oscureciendo. Carmen se bajó sin mediar palabra y empezó a montar el toldo en un acto mecánico. Manolo se metió para dentro y se hizo un cigarro. Sacó su silla plegable y se sentó a contemplar las inmejorables vistas, una cordillera de colinas verdes y frondosas y el sol ahogándose lentamente entre ellas.

Ya estaban durmiendo cuando escucharon los primeros gritos. Manolo se levantó de un salto y Carmen hacía un rato que estaba despierta sin atreverse a reaccionar, muerta de miedo.

―¿Qué ha sido eso?

Manolo buscó entre la maleza y vislumbró unas luces a escasos metros de la caravana.

―Carmen, ven, corre…

Carmen se agazapó y trepó por la espalda de su marido. Como un koala asustado, alzó la vista por encima de los hombros de Manolo. No era más que una fiesta. Manolo cogió los prismáticos.

―Hay cinco personas, tres chicas y dos chicos. Las luces son de un coche.

Carmen podía escuchar nítidamente las risas de aquellos jóvenes y pronto empezó a sonar una música atronadora.

―¿Qué hacemos? ¿Nos vamos? ―dijo Carmen, casi suplicante.

―Espera, espera…―dijo Manolo sin despegar los ojos de los prismáticos.

Carmen se levantó a destapar una cerveza helada, el calor era insoportable, y el primer trago le supo a gloria. Se quedó observando a su marido que, a su vez, observaba a los chicos de la fiesta.

―Carmen, mira…

Le pasó los prismáticos partiéndose de risa. Carmen penetró con la vista en ellos y localizó la presa, dos tortolitos que hacían guarrerías al lado de un matojo. Ella se sujetaba del pino, parecía bastante motivada, él le daba canelita en rama que daba gusto. Carmen dejó caer los prismáticos con la boca abierta. Y miró a Manolo muy enfadada.

―Venga, mujer, no te enfades… ¿y si…?―dijo Manolo con la intención de seducirla.

A Carmen le quemaba un fuego por dentro, pero quiso aparentar ser una mujer prudente de buena casta. Sin embargo, Manolo estaba decidido a convencerla.

―Que no, Manolo, que me duele la cabeza.

 Con esa música no podían dormir, Manolo estaba enfadado y en su mente rondaba la idea de unirse a la fiesta. Cuando se lo dijo a Carmen, está entró en cólera.

―A ver, Manolo, que pueden estar contagiados.

Maldito coronavirus, pensó Manolo. Carmen sacó lo que había sobrado de la cena y empezó a comerse el jamón serrano.

―O hacemos el amor o me voy. ―dijo Manolo con gran convencimiento.

Carmen pensó en volverse a casa esa misma noche, pero luego recordó el confinamiento y se le quitaron las ganas.

―¿Por qué te empeñas en aguarme la fiesta? ―preguntó Carmen antes de atragantarse con el jamón.

―¡Carmen, Carmen…!

Manolo le daba palmaditas en la espalda mientras su mujer hacía aspavientos y no podía respirar. Finalmente, Manolo la cogió por la espalda, la levantó con fuerza y apretó. El jamón salió disparado y se incrustó en uno de los cristales de la caravana.

―¿Estás bien, mi amor? ―dijo Manolo.

Carmen por fin podía coger aire, le abrazó. No me faltes nunca, pensaba.

Dejaron aquel paraje y llegaron a un claro solitario. Ya estaba amaneciendo y Carmen se sentía distinta. Volvía a querer a su marido. Nada como un poco de aire fresco montañés para quitar las telarañas del alma.

Autora de SOLTERA Y SATISFECHA, UNA DE CAL Y OTRA DE KARMA y UN CUENTO DE HADAS. Más información en: www.elenallorente.com En este blog me gusta aportar RESEÑAS sobre todo tipo de novelas. También me interesa la INTELIGENCIA EMOCIONAL y en este blog encontrarás artículos divulgativos sobre el tema. Por último, otro de mis proyectos es el de RESUMIR EL TEMARIO DE OPOSICIONES DE LENGUA Y LITERATURA, que tengo a la venta en este blog. Temas resumidos y listos para estudiar que te ahorran tiempo y esfuerzo. Gracias por tu interés.