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Relato breve «Es Codolar» escrito por mí
Es Codolar
Albert se encendió un cigarrillo y observó el lento recorrido de la ceniza hacia sus dedos. María estaba embarazada y él ni siquiera sentía una arcada o un atisbo de felicidad. Se preguntaba qué clase de padre podría ser, teniendo en cuenta su pasividad ante aquella noticia. María no le interesaba, era incapaz de decirle “te quiero”. Ella solía decir que, aunque nunca salieran de su boca esas palabras, podía ver en su mirada la vulnerabilidad de un ser necesitado de amor y compasión. Para Albert eso no eran más que pamplinas, su gesto indiferente y frío no podía expresar aquella fantasía romántica. María, al fin y al cabo, se dejaba llevar por su naturaleza bondadosa y no podía hacer otra cosa que ver reflejado en los demás sus propios deseos y carencias.
Un pinchazo en la boca del estómago le indujo a levantarse y encender el fogón para calentar una olla llena de agua. Las primeras burbujas llegaron a la superficie y paulatinamente el líquido transparente entró en ebullición. Albert deslizó unos macarrones desde el plástico contenedor hasta el fondo de metal y observó, como ensimismado por un instante eterno, el giro que recorría el agua al borbotear y arrastrar los macarrones, una y otra vez, con un sonido rítmico y ligero.
Lo mejor que podía hacer era irse a vivir con ella, al menos tendría una criada, lo lógico era hacerse cargo del bebé. Al final, María tenía razón y estaban hechos el uno para el otro. No le importaba si iba a ser niño o niña, ya eran treinta y un años y había entrado, sin quererlo ni beberlo, en el grupo de los progenitores. No es que eso fuera algo impresionante, pero parecía un peldaño más en la carrera llamada vida, una especie de compartimento incluido en nuestra historia biológica, que a él se le presentaba ahora, como se le presentó a sus padres en su momento, como se le presentaba a aquellos que iban a ser padres. Por supuesto, no pensaba ni por un momento en cambiar un pañal o dar un biberón, se limitaría a poner de su bolsillo y ensuciar calzoncillos.
Ya con el plato sobre la mesa, miró por la ventana y se preguntó por qué habría nacido en Ibiza, qué extraña ecuación le había llevado a rasgar la vulva de su madre para sacar la cabeza en el hospital de Can Misses. Al fin y al cabo, toda su familia era de la Península, qué pintaba él en la isla de los contrastes.
Se veía el mar de Es Codolar azotando las rocas ovaladas de la orilla con olas espumeantes y violentas, por un momento un impulso le animó a abrir la ventana y escuchar el oleaje, pero daba igual, ya lo había escuchado muchas veces, podía imaginárselo, podía simplemente mirar las olas ondear completamente en silencio, como si un espíritu divino las hubiera privado del sonido y bramaran enmudecidas y angustiadas. “Apariencias” pensaba, pues todo lo que veían sus ojos le parecía falto de alma, mundano e insignificante.
Sonó el timbre y se oyó un movimiento de llaves. Albert ni siquiera se volvió. Emma entró contoneando sus caderas poderosas, se vio reflejada en el cristal de la ventana, sobrepuesta al paisaje, y vio la cara de su amante igualmente reflejada. Albert no desvió la mirada ni un momento, pero Emma se sentía observada igualmente. Se le erizó la piel y se acarició el cabello, sedoso, sobre los hombros. Se acercó al sofá como una gata en celo y apoyó un codo justo al lado del rostro de Albert, hundió la nariz en sus cabellos e inspiró para llenarse con su aroma, le encantaba respirar ese olor único que le recordaba el sentimiento que les unía en el lecho. Emma le acarició la mejilla y le besó. Albert tomó la mano de ella y la hizo avanzar suavemente hasta su sexo. Al rato, Emma lo envolvió entre sus piernas y le hizo el amor mientras se reía. Albert por un momento cerró los ojos y al abrirlos vio la espalda de Emma en la ventana, desdibujada sobre las olas que rompían sobre su columna como si se dirigieran hacia ella y la mojaran por entero, como si el agua resbalara por sus hombros y su columna vertebral.
Emma se sentó a un lado del sofá, su cuerpo semidesnudo y provocador asomaba un hombro seductor reverenciado por un tirante caído. En un alarde de postureo se centró en confeccionar un canuto social. Lo confeccionó con cierta torpeza y lo encendió con un atisbo de candidez que emanaba de la arruga que se le formaba al contraer la nariz y posar la boquilla entre sus labios. Lo encendió y, cómo no, le echó el humo a Albert en la cara. Cuando se disipó la nube espesa y grisácea, Albert pudo otear la sonrisa hermosa y pícara de Emma. La tentación era muy grande. ¿Y si se lo decía ahora? Quedaría muy poético ver cómo modificaba la expresión de su rostro enmarcada dentro de un halo de niebla. Un beso le detuvo. Perdido el instante sin ni siquiera advertirlo, Emma dejó el envoltorio sobre el cenicero, su perfil romano brillaba iluminado por un claro de luz que se coló para darle resplandor a ese momento.
– Mi exnovia está embarazada, así que te vas de casa.
– ¿Perdona?
– Sí, búscate otra casa.
– ¿Me estás dejando?
Albert quiso reír, pero solo emitió un leve hipito. Siguieron los insultos entre ambos. Emma se levantó y empezó a caminar a un lado y al otro de la habitación. Albert miró su reloj de muñeca y se dispuso a salir hacia el trabajo. Recogió sus cosas y salió de la casa dando un portazo. Emma posó sus ojos corridos de rímel sobre el plato de pasta que yacía abandonado e inacabado sobre la mesita, una mancha de salsa se había esparcido por el cristal de la superficie y se había derramado sobre el suelo. Emma abrió la ventana y empezó a gritar incoherencias. Vio el coche y, sin pararse a pensar, fue hasta la cocina para coger una navaja puntiaguda con la que le había pelado una manzana a Albert la noche anterior.
Bajó por la escalera a trompicones, las paredes se le caían encima como si la oprimieran, necesitaba llegar a tiempo para pararle los pies, y una y otra vez se decía “espera, espera”. Al cruzar el umbral, la luz matinal la cegó por completo, alzó el brazo y se escondió del sol apretando el puñal. Pronto divisó la espalda de Albert acercándose al coche a cámara lenta, como si con cada movimiento se alzara un viento en forma de cuerdas que le ataban al suelo y no le dejaban avanzar. Emma corrió hacia él enloquecida, en su rostro había un demonio sumergido, que podía entreverse en el iris dilatado de sus ojos. Como un toro enfurecido, corrió hasta las ruedas y las corneó. El silbido que emanaba del plástico duro sonó como una tetera antigua avisando del fatal desenlace.
Albert, dentro del coche, golpeó con severidad el volante, pero la ira le impedía sentir dolor. Salió del auto indignado y se acercó a Emma para empujarla. Ambos aullaban enfurecidos. A lo lejos, el mar retrocedió para coger más fuerza e intensidad, los juncos bailaron una danza turbulenta y demente. Las rocas se contrajeron. Las gotas se lanzaron más alto para contemplar la escena. Una vecina apagó el televisor y se asomó a la ventana. Y entonces, el filo puntiagudo descosió el tejido del pecho de Albert abriendo una costura letal. El puñal entró desmontando la poca congruencia que le quedaba en el cuerpo, rompiendo los conductos que le permitían ser quien era. Su corazón supuraba glóbulos rojos. Albert miró a Emma fijamente a los ojos justo antes de desvanecerse. En su mente, asomó finalmente la meta, un hálito de supervivencia le hizo abrir los ojos más que nunca antes en toda su vida, como reteniendo un instante que se le escapaba para siempre.
Emma tenía una nube sobre la cabeza, confusa e histérica, borró de su memoria la expresión descompuesta del rostro de Albert, la forma en la que su cuerpo se desplomó, el chasquido del puñal desasido de su mano en contacto con el suelo de gravilla. Olvidó por completo sus chillidos desgarradores, sus idas y venidas entre los matorrales, las convulsiones de Albert escupiendo sangre. Olvidó cómo había llegado hasta los arbustos donde la encontró la policía.
Desde su celda se pregunta quién es, por qué hizo lo que hizo, se mira las manos y llora lágrimas desconsoladas. No viene a visitarla ningún Dios. Y cada día lucha entre el arrepentimiento y el regocijo de la victoria. ¿Qué queda en ella de la niña que fue? ¿Dónde se oculta la inocencia perdida? ¿De qué le sirvió la educación recibida?
Recuerdos de su infancia y de su adolescencia devastados, convertidos en vacío por un acto criminal inesperado, que la convierte en pasto de la oscuridad más absoluta. El demonio que surgió de entre sus iris sigue pululando por las calles, se alimenta de la estupidez humana, se deja ver en los actos inmorales que día a día llenan el apartado de sucesos locales, nacionales e internacionales. El mismo demonio que ni siquiera existe, porque no es más que la metáfora de la maldad.
María. María se lleva las manos a la cabeza y exclama un alarido sombrío. Coge fuerzas y asume su responsabilidad, continúa su gestación hasta dar a luz un niño. Lo amamanta y lo cuida con amor, se preocupa de su educación, le ofrece un referente, le regala respeto y le enseña respeto, le corrige cuando se equivoca y le premia cuando lo hace bien. Se ríe con él, juega con él, vive con él, le prepara la comida, lo mima, lo riñe, le explica los porqués y paraqués de la vida, le mantiene atento y consciente, le recuerda que hay que ser agradecido, que tener un detalle es algo hermoso, que no siempre hay que pensar en uno mismo, que desear la felicidad de los demás también cabe en el día a día. Y el niño crece sano, porque aprende a comer de manera saludable y a elegir aquello que le beneficia. El niño no disfruta haciendo daño a los demás, como muchos de sus congéneres. El niño crece bondadoso, porque aprende a quererse y respetarse y es capaz de compadecerse de sí mismo y de los demás. Y el niño llega a la adolescencia y es un jovencito que se preocupa de sus estudios, que es capaz de mirar al futuro, de visualizarse siendo la persona que desea ser, trabajando en aquello que le apasiona y amando lo que hace. Es capaz de elegir sin arrepentimientos. No le gustan los excesos. Y el niño se convierte en adulto y se topa con los sinsabores de la responsabilidad, el tiempo inaccesible, la incertidumbre y los obstáculos de la vida. Afronta la vida, se cae y se levanta sin por ello sucumbir en la autodestrucción ni el egoísmo.
Y mientras otras frutas se pudren por el camino, el niño sale airoso, se perdona a sí mismo por pertenecer a la especie humana. A veces pasea por Es Codolar y de vez en cuando el mar está en calma, brilla y trae a la orilla una espuma efímera. Sus pasos avanzan entre el alquitrán y las piedras, entre el olor del mar y el olor a salitre, juntos en la misma brisa que recorre el mundo entero atravesando su atmósfera. Camina entre las rocas, sin pena ni gloria, sin reconocimiento alguno a su proeza.
Autora: Elena Llorente
Basado en un crimen real:https://www.periodicodeibiza.es/pitiusas/ibiza/2020/04/25/1159979/acusacion-pide-anos-prision-para-autora-del-crimen-codolar.html
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